Agradecemos desde aquí la visita de Jimmy, desde Alicante, a ver a nuestro hermanito Lorenzo. Sabemos de buena tinta que ha sido una experiencia preciosa de encuentro con Dios en los hermanos de Tchad. Y para que disfrutéis un poco... unas fotos!!!!
MIES en El Chad
jueves, 3 de octubre de 2013
jueves, 13 de junio de 2013
San Carlos Luanga y compañeros (V)
Tal es la historia de
los Mártires de Uganda. Otros muchos martirios hubo en aquella misma
persecución, de los que, como hemos dicho, no conservamos memoria
pormenorizada. Lo que ciertamente sabemos es que al poco tiempo cambiaba por
completo la situación. Los perseguidores morían con muertes miserables. Y, en
cambio, las multitudes acudían en masa a los misioneros solicitando el
bautismo. Hoy las tierras de Uganda se han transformado en una de las más
florecientes cristiandades. Establecida la jerarquía eclesiástica con un
arzobispado y seis diócesis sufragáneas, florece el clero indígena, y alguno de
los obispos puestos al frente de las diócesis es descendiente directo de los
Beatos Mártires. Los católicos de aquella región se cuentan por muchos millares
y ha vuelto a cumplirse la frase de Tertuliano. Como en los primeros tiempos
del cristianismo, la sangre de los mártires ha sido semilla de cristianos. Fueron
beatificados por SS benedicto XV en 1920 y canonizados por SS Pablo VI el 18 de
octubre de 1964.
Reiteramos las gracias a El Testigo Fiel (http://www.eltestigofiel.org)
martes, 11 de junio de 2013
San Carlos Luanga y compañeros (IV)
Pasemos al segundo
grupo de mártires, formado por nueve de ellos. En realidad, sin embargo, muy
bien pudieran agregarse cinco al grupo anterior, pues, aunque no fueron
martirizados el mismo día ni de la misma forma, pertenecían también, como los
anteriores, a la corte, estaban unidos con ellos por lazos de íntima amistad,
eran jóvenes de la misma edad, y sólo circunstancias fortuitas hicieron que no
fuesen atormentados el mismo día 3 de junio. Junto a ellos nos encontramos con
otros mártires, que también repiten, por su parte, las más hermosas páginas de
los primeros tiempos del cristianismo.

Tiene también un corte
evangélico el martirio de Andrés Kagwa, pues nos recuerda la escena del de San
Juan Bautista. Unido con íntima amistad al rey, había dado muestras de una gran
caridad con ocasión de la peste que había invadido a la región. Fueron muchos
los enfermos a los que, después de haberles atendido con caridad ardiente,
bautizó y enterró después con sus propias manos. En su apostolado llegó a
intentar catequizar a los hijos del primer ministro. Este juró su ruina, hasta
el punto de prometerse que no habría de cenar aquel día sin que al verdugo le
trajera a la mesa la mano cortada de Andrés. Así se hizo aquel 26 de mayo en
que el mártir, a sus treinta años de edad, voló a los gozos del cielo.
El mismo primer
ministro consiguió también que el rey le entregase a Juan María Lamari,
conocido con el sobrenombre de Muzei, es decir, el anciano. Hombre de gran
prestigio, lleno de prudencia, misericordioso con los pobres, daba su dinero y
su actividad para conseguir la redención de los cautivos, a los que
catequizaba. Cuando vio que eran perseguidos los cristianos rehusó huir. Antes
al contrario, se presentó con toda naturalidad ante el rey. Este le envió al
primer ministro. Algo sospechaba el mártir, pero, como dicen las letras de
beatificación, "pensé que era absurdo temer por algo que tuviera relación
con la causa de la religión". Y, en efecto, al presentarse al primer
ministro, éste ordenó que le arrojaran a un estanque que tenía en su finca.
Allí pereció ahogado.
Terminemos la
relación, que puede parecer monótona, pero que, sin embargo, es gloriosísima,
con la primera de las víctimas: José Mkasa Balikuddembé. Había servido ya al
rey Mtesa como ayuda de cámara. Su hijo Muanga, al llegar al trono, le conservó
junto a sí y le puso al frente de la casa regia. El mártir se dedicó a un
apostolado activísimo entre los jóvenes que formaban parte de la corte. Todo
iba bien, y el rey le tenía en gran consideración y afecto, hasta que José
Mkasa hubo de oponerse a las obscenas pretensiones del rey. Entonces cambió
todo. Fue condenado a muerte. Y llevado a un lugar llamado Mengo, donde fue
decapitado. Antes, sin embargo, de que la sentencia se ejecutara José Mkasa
declaró públicamente que perdonaba de todo corazón al rey y que encargaba a sus
verdugos que le pidieran, por favor, en su nombre que hiciese penitencia cuanto
antes.
domingo, 9 de junio de 2013
San Carlos Luanga y compañeros (III)
Pueden dividirse en
dos grupos, de los que hablaremos sucesivamente. El primero está constituido
por unos cuantos jóvenes, cuyas edades fluctúan entre los trece y los
veintiséis años. A última hora se les agregó un compañero de treinta años.
Todos ellos tienen como nota común el formar parte de la corte y estar viviendo
como pajes en el palacio del rey. Todos fueron martirizados un mismo día, y
casi todos con un mismo martirio. Puede tenerse como principal a Carlos Lwanga. Tenía veintiún
años el día de su martirio y podía considerarse como el favorito del rey, que
había contado con él siempre para sus encargos más delicados. Siempre, hasta el
día en que el rey se atrevió a pedirle lo que él no podía en manera alguna
darle. Entonces fue arrojado al calabozo, y allí vinieron muy pronto a
acompañarle sus compañeros de martirio. Entre ellos Mbaga Tuzindé, hijo de
Mkadjanga, el principal y el más cruel de los verdugos. Era catecúmeno cuando
empezó la persecución, y el mismo Carlos Lwanga le bautizó poco antes de ser
condenado a muerte. Con él sucedió una escena que ya habían conocido los
cristianos en las actas de las Santas Perpetua y Felicidad: su padre se
presentó en el calabozo para pedirle una y otra vez que abjurase la religión
católica, o que, al menos, dejase que le escondieran y que prometiera no volver
a orar. A lo que el adolescente, pues no había cumplido todavía dieciséis años,
respondió, con la firmeza que tantas veces hemos contemplado en los mártires
cristianos, diciendo que prefería perderlo todo antes que abjurar. El padre
tuvo que limitarse a utilizar su cargo para obtener para su hijo un triste
privilegio: encargó a uno de los verdugos que estaban a sus órdenes que, cuando
ya estuviera su hijo junto a la pira, le diera un golpe en la cabeza para que
perdiera el sentido y así fuese quemado sin sufrir tanto.
Amaneció el día 3 de junio
de 1886. Agrupados todos los mártires, salieron del calabozo camino de una
colina llamada Namugongo. No todos, sin embargo, llegaron a ella. Algunos, que
no pudieron andar con la suficiente presteza, fueron alanceados por el camino.
Los que quedaban llegaron, por fin, al lugar del suplicio. Les ataron de pies y
manos; les envolvieron en una red hecha de cañas y les pusieron en pie sobre
unos haces de leña, para que sus cuerpos se fueran consumiendo lentamente. Y
entonces se produjo la maravilla que colmó de admiración a los verdugos, que
jamás habían visto cosa parecida: empezó a arder la leña y comenzaron las
llamas a lamer los pies de los mártires; quedaron éstos envueltos en una nube
de humo. Y, en lugar de salir de ella gemidos o maldiciones, salieron
únicamente murmullos de oración y cánticos de victoria. Exhortándose unos a
otros estuvieron firmes sobre el fuego, hasta que, por fin, sus voces se fueron
extinguiendo. Grex immolatorum tener, tierna grey de los inmolados, les llama
Benedicto XV, aplicándoles la frase que la Sagrada Liturgia dedica a los santos
inocentes.
No es posible dar, ni
siquiera en síntesis, las biografías de los trece mártires que forman este
primer grupo. Dos de ellos, Mgagga y Gyavira, de dieciséis y diecisiete años,
fueron bautizados en la misma cárcel por Carlos Lwanga. Otro, Santiago
Buzabaliao, intentó repetidas veces la conversión del mismo rey, con quien le
había unido buena amistad antes de su elevación al trono. Los demás, jóvenes
todos, resistieron impávidos todas las amenazas. Pero entre ellos destaca la
figura angelical y encantadora de Kizito, niño aún de trece años, que fue, sin
embargo, el que dio la nota de máxima valentía. El levantó el ánimo de los que
desfallecían. El fue también el que, camino del patíbulo, invitó a todos a
cogerse de las manos, de tal manera que llevaran unos a otros, si alguno
decayera en su ánimo. El fue, en fin, el que con mayor fuerza rechazó
proposiciones libidinosas del rey.
Nota curiosa
constituye la presencia en el grupo de Mukasa Kiriwanu. Formaba parte del grupo
de los pajes de la corte, pero aún no estaba bautizado. Cuando sus compañeros
salían hacia el lugar del suplicio, uno de los verdugos le preguntó si era
cristiano. Él contestó que sí y se unió a los condenados. Y así, sin haber
recibido el bautismo de agua, sino únicamente el de sangre, ascendió a los
altares. Es hermoso también el caso de Lucas Banabakintu. No pertenecía a la
servidumbre regia, sino a la de un gran señor. Había recibido hacía cuatro años
el bautismo y la confirmación, y, cuando después recibió la primera comunión,
se distinguió por su extraordinaria pureza de vida y su fervor en las cosas
santas. Al estallar la persecución le hubiera sido fácil evitar ser apresado.
Con gran fortaleza de ánimo se presentó, sin embargo, a su dueño, y éste le
entregó a los soldados del rey. Así, a pesar de que su edad era superior a la
de sus compañeros (tenía treinta años), mereció padecer el martirio con ellos.
viernes, 7 de junio de 2013
San Carlos Luanga y compañeros (II)
Ya en los principios
del apostolado, los Padres blancos se encargaron de la región de Uganda, como
parte del Vicariato del Nilo superior, el año 1878. Consiguieron entrar en la
región, y hasta obtener no pocos neófitos. Establecida una estación misional,
la de Santa María de Rubaga, acudieron a ella por centenares los negros, y hubo
momentos en que podía esperarse una rápida cristianización de toda aquella
región. El mismo rey, llamado Mtesa, al principio les favoreció, aunque luego,
por temor a que la nueva religión fuera obstáculo para el floreciente comercio
de esclavos que él mantenía, obligó a los misioneros a alejarse. Pero, muerto
el rey Mtesa, le sucedió su hijo Muanga, amigo de los cristianos, con lo que
volvieron a renacer las esperanzas. Aún más: con ocasión de una conjuración que
fue descubierta, el nuevo rey decidió rodearse de cristianos, y así gran parte
de su corte estuvo compuesta por jóvenes bautizados, con alguno de los cuales
había llegado el rey a establecer auténtica amistad. Pronto, sin embargo, aquel
panorama iba a verse enteramente turbado.
Se interpuso, de una
parte, la política. El primer ministro, que había tenido cierta intervención en
la conjura descubierta y no podía perdonar a los cristianos su lealtad, empezó
a tramar su destrucción. Acabó de exasperarle la noticia de que el rey pensaba
nombrar para su cargo a José Mkasa, un cristiano. Pero acaso sus maniobras
hubieran fracasado si no hubiese intervenido otra causa: la lujuria. Por
influjo de las costumbres mahometanas el rey, que hasta entonces había llevado
una vida pura, cayó en la lujuria en su forma más abyecta y opuesta a la
naturaleza. Y se encontró con que los jóvenes que formaban parte de su corte y
eran cristianos oponían una negativa rotunda a sus infames solicitaciones. Lo
que debiera haber servido en honor de la religión fue utilizado como pretexto
para la persecución.
miércoles, 5 de junio de 2013
San Carlos Luanga y compañeros (I)
Compartimos ahora una biografía propiedad de la página www.eltestigofiel.org
"Quién fue el que primero introdujo en África
la fe cristiana se disputa aún; pero consta que ya antes de la misma edad
apostólica floreció allí la religión, y Tertuliano nos describe de tal manera
la vida pura que los cristianos africanos llevaban, que conmueve el ánimo de
sus lectores. Y en verdad que aquella región a ninguna parecía ceder en varones
ilustres y en abundancia de mártires. Entre éstos agrada conmemorar los
mártires scilitanos, que en Cartago, siendo procónsul Publio Vigellio
Saturnino, derramaron su sangre por Cristo, de las preguntas escritas para el
juicio, que hoy felizmente se conservan, se deduce con qué constancia, con qué
generosa sencillez de ánimo respondieron al procónsul y profesaron su fe. Justo
es también recordar los Potamios, Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y
"muchos hermanos mártires" que las Actas enumeran de manera general,
aparte de los mártires aticenses, conocidos también con el nombre de
"masas cándidas", o porque fueron quemados con cal viva, como narra
Aurelio Prudencio en su himno XIII, o por el fulgor de su causa, como parece
opinar Agustín. Pero poco después, primero los herejes, después los vándalos,
por último los mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África
cristiana que la que tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo, la que se
gloriaba de más de trescientas sedes episcopales y había congregado tantos
concilios para defender la fe y la disciplina, ella, perdido el sentido
cristiano, se viera privada gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a
la barbarie."
El presente artículo, que se refiere al conjunto de los
mártires ugandeses, y no sólo a primer grupo de Carlos Lwanga, está firmado por
Lamberto De Echeverría.
Bibliografía: AAS 12 (1920) 82, 168s, 272 281, 57 (1965) 693 703. ANDRE, M, «Les martyrs noirs de l'Ouganda» (Paris, 1936). BEDUSCRI, G , «Los martires de Uganda» (Madrid, 1964). «San Carlos Lwanga y compañeros mártires», en A. BALL, Santos de nuestro tiempo, I (Lima 2003).
Bibliografía: AAS 12 (1920) 82, 168s, 272 281, 57 (1965) 693 703. ANDRE, M, «Les martyrs noirs de l'Ouganda» (Paris, 1936). BEDUSCRI, G , «Los martires de Uganda» (Madrid, 1964). «San Carlos Lwanga y compañeros mártires», en A. BALL, Santos de nuestro tiempo, I (Lima 2003).
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
Entre 1885 y 1886 fueron martirizados en Uganda 22
cristianos nobles o cortesanos del Rey Mwanga, que fueron degollados o quemados
vivos. Fueron beatificados por SS benedicto XV en 1920 y canonizados por SS
Pablo VI el 18 de octubre de 1964, y la celebración litúrgica conjunta, en el
grupo encabezado por san Carlos Lwanga, es el 3 de junio.
![]() |
Carlos Lwanga (al centro) y sus 21 compañeros mártires, de Albert Wider, 1962. |
Así comienza Benedicto
XV las letras apostólicas de beatificación de los siervos de Dios Carlos
Lwanga, Mattías Murumba y sus compañeros, más conocidos con el nombre de los Mártires de Uganda. En efecto, ya hacia
fines del siglo XIX, cuando las glorias del África cristiana habían pasado a
una remota perspectiva histórica, mientras los exploradores iban penetrando en
los misterios del continente negro, los misioneros emulaban, y en no pocas
ocasiones superaban, sus trabajos y sus esfuerzos. Entre ellos destacaba un
insigne hijo de Bayona, el cardenal Lavigerie, a quien correspondió la gloria
de restituir la gloriosa sede de Cartago. Él fue quien, con el deseo de
promover eficazmente el apostolado misional en África, instituyó los
"misioneros de África", más conocidos con el nombre de Padres
blancos.
lunes, 3 de junio de 2013
San Carlos Luanga
Volvemos a celebrar a San Carlos Luanga un año después. Patrón de los jóvenes africanos. Vamos a conocer un poco estos días su vida y la de sus compañeros, gracias a la hagiografía de una página muy buena y que os recomendamos: http://www.eltestigofiel.org
Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de
vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica,
verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África,
que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás
adecuada continuación. ¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las
emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de
los mártires de la «blanca multitud» de Útica, de quienes san Agustín y
Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio
trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos,
hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos
espléndidos, en nuestros días? ¿Quién podía prever que, a las grandes figuras
históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad
y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos
de Carlos Luanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no
queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión
anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.
Fragmento de la homilía de SS Pablo VI en la misa de
canonización, el 18 de octubre de 1964, que se lee en el Oficio de Lecturas de
la memoria de los santos.

Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios
que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración
cristiana y civil. El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros
de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan
grande fue su holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma. La tragedia que
los devoró fue tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos
suficientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de
una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una
civilización primitiva -no desprovista de magníficos valores humanos, pero
contaminada y enferma, como esclava de sí misma- hacia una civilización abierta
a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida
social.
Oración:
Señor, Dios nuestro, tú haces que la sangre de los mártires
se convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu
Iglesia, fecundo por la sangre de san Carlos Luanga y de sus compañeros,
produzca continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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