Aprovechando el mes de mayo, el mes de María, queremos ir de la mano del Magisterio de la Iglesia, y profundizar un poquito en Nuestra Madre, para que sea ella la que ilumine nuestra MISIÓN.
Encíclica Remptoris Mater, de Juan Pablo II. Capítulo II.
Esperamos que disfrutéis:
1. La Iglesia, Pueblo de Dios radicado en todas las naciones de la tierra
25. « La Iglesia, "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf. 1 Co 11, 26) ». « Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia de Dios (cf. 2 Esd 13, 1; Núm 20, 4; Dt 23, 1 ss.), así el nuevo Israel... se llama Iglesia de Cristo (cf. Mt 16,18), porque El la adquirió con su sangre (cf. Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno ».
El Concilio Vaticano II habla de la Iglesia en camino, estableciendo una analogía con el Israel de la Antigua Alianza en camino a través del desierto. El camino posee un carácter incluso exterior,visible en el tiempo y en el espacio, en el que se desarrolla históricamente. La Iglesia, en efecto, debe « extenderse por toda la tierra », y por esto « entra en la historia humana rebasando todos los límites de tiempo y de lugares ». Sin embargo, el carácter esencial de su camino es interior. Se trata de una peregrinación a través de la fe, por « la fuerza del Señor Resucitado », de una peregrinación en el Espíritu Santo, dado a la Iglesia como invisible Consolador (parákletos) (cf. Jn14, 26; 15, 26; 16, 7): « Caminando, pues, la Iglesia a través de los peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió ... y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso ».
Precisamente en este camino —peregrinación eclesial— a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas, María está presente, como la que es « feliz porque ha creído », como la que avanzaba « en la peregrinación de la fe », participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo. Añade el Concilio que « María ... habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe ». Entre todos los creyentes es como un « espejo », donde se reflejan del modo más profundo y claro « las maravillas de Dios » (Hch 2, 11).
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