jueves, 3 de octubre de 2013

Unas foticos de este verano!!!

Agradecemos desde aquí la visita de Jimmy, desde Alicante, a ver a nuestro hermanito Lorenzo. Sabemos de buena tinta que ha sido una experiencia preciosa de encuentro con Dios en los hermanos de Tchad. Y para que disfrutéis un poco... unas fotos!!!!












jueves, 13 de junio de 2013

San Carlos Luanga y compañeros (V)

Tal es la historia de los Mártires de Uganda. Otros muchos martirios hubo en aquella misma persecución, de los que, como hemos dicho, no conservamos memoria pormenorizada. Lo que ciertamente sabemos es que al poco tiempo cambiaba por completo la situación. Los perseguidores morían con muertes miserables. Y, en cambio, las multitudes acudían en masa a los misioneros solicitando el bautismo. Hoy las tierras de Uganda se han transformado en una de las más florecientes cristiandades. Establecida la jerarquía eclesiástica con un arzobispado y seis diócesis sufragáneas, florece el clero indígena, y alguno de los obispos puestos al frente de las diócesis es descendiente directo de los Beatos Mártires. Los católicos de aquella región se cuentan por muchos millares y ha vuelto a cumplirse la frase de Tertuliano. Como en los primeros tiempos del cristianismo, la sangre de los mártires ha sido semilla de cristianos. Fueron beatificados por SS benedicto XV en 1920 y canonizados por SS Pablo VI el 18 de octubre de 1964.


Reiteramos las gracias a El Testigo Fiel (http://www.eltestigofiel.org)

martes, 11 de junio de 2013

San Carlos Luanga y compañeros (IV)

Pasemos al segundo grupo de mártires, formado por nueve de ellos. En realidad, sin embargo, muy bien pudieran agregarse cinco al grupo anterior, pues, aunque no fueron martirizados el mismo día ni de la misma forma, pertenecían también, como los anteriores, a la corte, estaban unidos con ellos por lazos de íntima amistad, eran jóvenes de la misma edad, y sólo circunstancias fortuitas hicieron que no fuesen atormentados el mismo día 3 de junio. Junto a ellos nos encontramos con otros mártires, que también repiten, por su parte, las más hermosas páginas de los primeros tiempos del cristianismo.

Recordemos en primer lugar a Matías Kalemba Murumba. Era ya un hombre hecho, pues tenía cincuenta años y ejercía la profesión de juez. Había sido primero mahometano y después protestante, para terminar recibiendo el bautismo en la Iglesia católica el 28 de mayo de 1882. Entonces, temiendo las dificultades de su profesión, la dejó, y se dedicó con alma y vida a la propagación de la religión, no sólo mediante la educación cristianísima de sus propios hijos, sino también con una labor de ardiente proselitismo. Llamado a la presencia del primer ministro, confesó abiertamente la fe y fue condenado a morir con muerte horrible. Sus verdugos le llevaron a un lugar inculto y desierto, temiendo que la piedad de los espectadores pudiera poner obstáculos a la ejecución de la tremenda sentencia. Allí fue Matías, con sus verdugos, alegre y contento. Empezaron por cortarle las manos y los pies. Después le arrancaron trozos de carne de la espalda, que asaron ante sus propios ojos. Finalmente, le vendaron con cuidado las heridas, para prolongar su martirio, y le dejaron abandonado en aquel lugar desierto. Tres días después unos esclavos que estaban cortando cañas oyeron la voz de Matías, que les pedía un poco de agua. Pero, al verle desfigurado, mutilado, temieron al rey y se horrorizaron de tal manera que huyeron dejándole abandonado. Solo por completo, expiró al poco tiempo.

Tiene también un corte evangélico el martirio de Andrés Kagwa, pues nos recuerda la escena del de San Juan Bautista. Unido con íntima amistad al rey, había dado muestras de una gran caridad con ocasión de la peste que había invadido a la región. Fueron muchos los enfermos a los que, después de haberles atendido con caridad ardiente, bautizó y enterró después con sus propias manos. En su apostolado llegó a intentar catequizar a los hijos del primer ministro. Este juró su ruina, hasta el punto de prometerse que no habría de cenar aquel día sin que al verdugo le trajera a la mesa la mano cortada de Andrés. Así se hizo aquel 26 de mayo en que el mártir, a sus treinta años de edad, voló a los gozos del cielo.
El mismo primer ministro consiguió también que el rey le entregase a Juan María Lamari, conocido con el sobrenombre de Muzei, es decir, el anciano. Hombre de gran prestigio, lleno de prudencia, misericordioso con los pobres, daba su dinero y su actividad para conseguir la redención de los cautivos, a los que catequizaba. Cuando vio que eran perseguidos los cristianos rehusó huir. Antes al contrario, se presentó con toda naturalidad ante el rey. Este le envió al primer ministro. Algo sospechaba el mártir, pero, como dicen las letras de beatificación, "pensé que era absurdo temer por algo que tuviera relación con la causa de la religión". Y, en efecto, al presentarse al primer ministro, éste ordenó que le arrojaran a un estanque que tenía en su finca. Allí pereció ahogado.



Terminemos la relación, que puede parecer monótona, pero que, sin embargo, es gloriosísima, con la primera de las víctimas: José Mkasa Balikuddembé. Había servido ya al rey Mtesa como ayuda de cámara. Su hijo Muanga, al llegar al trono, le conservó junto a sí y le puso al frente de la casa regia. El mártir se dedicó a un apostolado activísimo entre los jóvenes que formaban parte de la corte. Todo iba bien, y el rey le tenía en gran consideración y afecto, hasta que José Mkasa hubo de oponerse a las obscenas pretensiones del rey. Entonces cambió todo. Fue condenado a muerte. Y llevado a un lugar llamado Mengo, donde fue decapitado. Antes, sin embargo, de que la sentencia se ejecutara José Mkasa declaró públicamente que perdonaba de todo corazón al rey y que encargaba a sus verdugos que le pidieran, por favor, en su nombre que hiciese penitencia cuanto antes.

domingo, 9 de junio de 2013

San Carlos Luanga y compañeros (III)

 Pueden dividirse en dos grupos, de los que hablaremos sucesivamente. El primero está constituido por unos cuantos jóvenes, cuyas edades fluctúan entre los trece y los veintiséis años. A última hora se les agregó un compañero de treinta años. Todos ellos tienen como nota común el formar parte de la corte y estar viviendo como pajes en el palacio del rey. Todos fueron martirizados un mismo día, y casi todos con un mismo martirio. Puede tenerse como principal a Carlos Lwanga. Tenía veintiún años el día de su martirio y podía considerarse como el favorito del rey, que había contado con él siempre para sus encargos más delicados. Siempre, hasta el día en que el rey se atrevió a pedirle lo que él no podía en manera alguna darle. Entonces fue arrojado al calabozo, y allí vinieron muy pronto a acompañarle sus compañeros de martirio. Entre ellos Mbaga Tuzindé, hijo de Mkadjanga, el principal y el más cruel de los verdugos. Era catecúmeno cuando empezó la persecución, y el mismo Carlos Lwanga le bautizó poco antes de ser condenado a muerte. Con él sucedió una escena que ya habían conocido los cristianos en las actas de las Santas Perpetua y Felicidad: su padre se presentó en el calabozo para pedirle una y otra vez que abjurase la religión católica, o que, al menos, dejase que le escondieran y que prometiera no volver a orar. A lo que el adolescente, pues no había cumplido todavía dieciséis años, respondió, con la firmeza que tantas veces hemos contemplado en los mártires cristianos, diciendo que prefería perderlo todo antes que abjurar. El padre tuvo que limitarse a utilizar su cargo para obtener para su hijo un triste privilegio: encargó a uno de los verdugos que estaban a sus órdenes que, cuando ya estuviera su hijo junto a la pira, le diera un golpe en la cabeza para que perdiera el sentido y así fuese quemado sin sufrir tanto.

No es posible dar, ni siquiera en síntesis, las biografías de los trece mártires que forman este primer grupo. Dos de ellos, Mgagga y Gyavira, de dieciséis y diecisiete años, fueron bautizados en la misma cárcel por Carlos Lwanga. Otro, Santiago Buzabaliao, intentó repetidas veces la conversión del mismo rey, con quien le había unido buena amistad antes de su elevación al trono. Los demás, jóvenes todos, resistieron impávidos todas las amenazas. Pero entre ellos destaca la figura angelical y encantadora de Kizito, niño aún de trece años, que fue, sin embargo, el que dio la nota de máxima valentía. El levantó el ánimo de los que desfallecían. El fue también el que, camino del patíbulo, invitó a todos a cogerse de las manos, de tal manera que llevaran unos a otros, si alguno decayera en su ánimo. El fue, en fin, el que con mayor fuerza rechazó proposiciones libidinosas del rey.
Nota curiosa constituye la presencia en el grupo de Mukasa Kiriwanu. Formaba parte del grupo de los pajes de la corte, pero aún no estaba bautizado. Cuando sus compañeros salían hacia el lugar del suplicio, uno de los verdugos le preguntó si era cristiano. Él contestó que sí y se unió a los condenados. Y así, sin haber recibido el bautismo de agua, sino únicamente el de sangre, ascendió a los altares. Es hermoso también el caso de Lucas Banabakintu. No pertenecía a la servidumbre regia, sino a la de un gran señor. Había recibido hacía cuatro años el bautismo y la confirmación, y, cuando después recibió la primera comunión, se distinguió por su extraordinaria pureza de vida y su fervor en las cosas santas. Al estallar la persecución le hubiera sido fácil evitar ser apresado. Con gran fortaleza de ánimo se presentó, sin embargo, a su dueño, y éste le entregó a los soldados del rey. Así, a pesar de que su edad era superior a la de sus compañeros (tenía treinta años), mereció padecer el martirio con ellos.

Amaneció el día 3 de junio de 1886. Agrupados todos los mártires, salieron del calabozo camino de una colina llamada Namugongo. No todos, sin embargo, llegaron a ella. Algunos, que no pudieron andar con la suficiente presteza, fueron alanceados por el camino. Los que quedaban llegaron, por fin, al lugar del suplicio. Les ataron de pies y manos; les envolvieron en una red hecha de cañas y les pusieron en pie sobre unos haces de leña, para que sus cuerpos se fueran consumiendo lentamente. Y entonces se produjo la maravilla que colmó de admiración a los verdugos, que jamás habían visto cosa parecida: empezó a arder la leña y comenzaron las llamas a lamer los pies de los mártires; quedaron éstos envueltos en una nube de humo. Y, en lugar de salir de ella gemidos o maldiciones, salieron únicamente murmullos de oración y cánticos de victoria. Exhortándose unos a otros estuvieron firmes sobre el fuego, hasta que, por fin, sus voces se fueron extinguiendo. Grex immolatorum tener, tierna grey de los inmolados, les llama Benedicto XV, aplicándoles la frase que la Sagrada Liturgia dedica a los santos inocentes.

viernes, 7 de junio de 2013

San Carlos Luanga y compañeros (II)

Ya en los principios del apostolado, los Padres blancos se encargaron de la región de Uganda, como parte del Vicariato del Nilo superior, el año 1878. Consiguieron entrar en la región, y hasta obtener no pocos neófitos. Establecida una estación misional, la de Santa María de Rubaga, acudieron a ella por centenares los negros, y hubo momentos en que podía esperarse una rápida cristianización de toda aquella región. El mismo rey, llamado Mtesa, al principio les favoreció, aunque luego, por temor a que la nueva religión fuera obstáculo para el floreciente comercio de esclavos que él mantenía, obligó a los misioneros a alejarse. Pero, muerto el rey Mtesa, le sucedió su hijo Muanga, amigo de los cristianos, con lo que volvieron a renacer las esperanzas. Aún más: con ocasión de una conjuración que fue descubierta, el nuevo rey decidió rodearse de cristianos, y así gran parte de su corte estuvo compuesta por jóvenes bautizados, con alguno de los cuales había llegado el rey a establecer auténtica amistad. Pronto, sin embargo, aquel panorama iba a verse enteramente turbado.

Se interpuso, de una parte, la política. El primer ministro, que había tenido cierta intervención en la conjura descubierta y no podía perdonar a los cristianos su lealtad, empezó a tramar su destrucción. Acabó de exasperarle la noticia de que el rey pensaba nombrar para su cargo a José Mkasa, un cristiano. Pero acaso sus maniobras hubieran fracasado si no hubiese intervenido otra causa: la lujuria. Por influjo de las costumbres mahometanas el rey, que hasta entonces había llevado una vida pura, cayó en la lujuria en su forma más abyecta y opuesta a la naturaleza. Y se encontró con que los jóvenes que formaban parte de su corte y eran cristianos oponían una negativa rotunda a sus infames solicitaciones. Lo que debiera haber servido en honor de la religión fue utilizado como pretexto para la persecución.

Nada faltaba al esquema clásico. Como motor, las pasiones. La codicia, excitada por el temor a perder el comercio de esclavos. La ambición de los políticos, temerosos de verse al margen del poder. La lujuria, en su forma más baja y repugnante. Nada iba a faltar tampoco para ese mismo esquema clásico en el desarrollo. Las escenas que habíamos leído en los primeros tiempos del cristianismo las vamos a encontrar reproducidas, en algunas ocasiones casi a la letra, en 1886, en el corazón del continente africano. En efecto, el rey, irritado por aquella resistencia que encontraba, decretó la persecución contra "todos los que hicieren oración", que ésta fue la preciosa definición de los cristianos que se dio en el decreto persecutorio. E inmediatamente se desataron las furias de los paganos contra aquella cristiandad naciente. Cuántos fueron los que perecieron no lo sabemos, ni será fácil que se sepa nunca, habiendo ocurrido aquellos martirios en sitios donde la escritura era desconocida prácticamente y donde, por tanto, no podían perpetuarse los hechos ocurridos. Dios quiso, sin embargo, que conociéramos siquiera el martirio de algunos africanos que, por ocupar puestos más relevantes, dieron su vida en condiciones que permitieron luego averiguar lo sucedido. Tales son los mártires que Benedicto XV beatificó solemnemente el 6 de junio de 1920.

miércoles, 5 de junio de 2013

San Carlos Luanga y compañeros (I)

Compartimos ahora una biografía propiedad de la página www.eltestigofiel.org
El presente artículo, que se refiere al conjunto de los mártires ugandeses, y no sólo a primer grupo de Carlos Lwanga, está firmado por Lamberto De Echeverría.
Bibliografía: AAS 12 (1920) 82, 168s, 272 281, 57 (1965) 693 703. ANDRE, M, «Les martyrs noirs de l'Ouganda» (Paris, 1936). BEDUSCRI, G , «Los martires de Uganda» (Madrid, 1964). «San Carlos Lwanga y compañeros mártires», en A. BALL, Santos de nuestro tiempo, I (Lima 2003). 
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003

Entre 1885 y 1886 fueron martirizados en Uganda 22 cristianos nobles o cortesanos del Rey Mwanga, que fueron degollados o quemados vivos. Fueron beatificados por SS benedicto XV en 1920 y canonizados por SS Pablo VI el 18 de octubre de 1964, y la celebración litúrgica conjunta, en el grupo encabezado por san Carlos Lwanga, es el 3 de junio.

Carlos Lwanga (al centro) y sus 21 compañeros mártires, de Albert Wider, 1962.
Carlos Lwanga (al centro)
y sus 21 compañeros mártires,
de Albert Wider, 1962.
"Quién fue el que primero introdujo en África la fe cristiana se disputa aún; pero consta que ya antes de la misma edad apostólica floreció allí la religión, y Tertuliano nos describe de tal manera la vida pura que los cristianos africanos llevaban, que conmueve el ánimo de sus lectores. Y en verdad que aquella región a ninguna parecía ceder en varones ilustres y en abundancia de mártires. Entre éstos agrada conmemorar los mártires scilitanos, que en Cartago, siendo procónsul Publio Vigellio Saturnino, derramaron su sangre por Cristo, de las preguntas escritas para el juicio, que hoy felizmente se conservan, se deduce con qué constancia, con qué generosa sencillez de ánimo respondieron al procónsul y profesaron su fe. Justo es también recordar los Potamios, Perpetuas, Felicidades, Ciprianos y "muchos hermanos mártires" que las Actas enumeran de manera general, aparte de los mártires aticenses, conocidos también con el nombre de "masas cándidas", o porque fueron quemados con cal viva, como narra Aurelio Prudencio en su himno XIII, o por el fulgor de su causa, como parece opinar Agustín. Pero poco después, primero los herejes, después los vándalos, por último los mahometanos, de tal manera devastaron y asolaron el África cristiana que la que tantos ínclitos héroes ofreciera a Cristo, la que se gloriaba de más de trescientas sedes episcopales y había congregado tantos concilios para defender la fe y la disciplina, ella, perdido el sentido cristiano, se viera privada gradualmente de casi toda su humanidad y volviera a la barbarie."

Así comienza Benedicto XV las letras apostólicas de beatificación de los siervos de Dios Carlos Lwanga, Mattías Murumba y sus compañeros, más conocidos con el nombre de los Mártires de Uganda. En efecto, ya hacia fines del siglo XIX, cuando las glorias del África cristiana habían pasado a una remota perspectiva histórica, mientras los exploradores iban penetrando en los misterios del continente negro, los misioneros emulaban, y en no pocas ocasiones superaban, sus trabajos y sus esfuerzos. Entre ellos destacaba un insigne hijo de Bayona, el cardenal Lavigerie, a quien correspondió la gloria de restituir la gloriosa sede de Cartago. Él fue quien, con el deseo de promover eficazmente el apostolado misional en África, instituyó los "misioneros de África", más conocidos con el nombre de Padres blancos.

lunes, 3 de junio de 2013

San Carlos Luanga

Volvemos a celebrar a San Carlos Luanga un año después. Patrón de los jóvenes africanos. Vamos a conocer un poco estos días su vida y la de sus compañeros, gracias a la hagiografía de una página muy buena y que os recomendamos: http://www.eltestigofiel.org

Fragmento de la homilía de SS Pablo VI en la misa de canonización, el 18 de octubre de 1964, que se lee en el Oficio de Lecturas de la memoria de los santos.

Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación. ¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Útica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos, hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días? ¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Luanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.


Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil. El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma. La tragedia que los devoró fue tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos suficientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva -no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como esclava de sí misma- hacia una civilización abierta a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social.


Oración:


Señor, Dios nuestro, tú haces que la sangre de los mártires se convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu Iglesia, fecundo por la sangre de san Carlos Luanga y de sus compañeros, produzca continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos. Por nuestro Señor Jesucristo. 
Amén.

sábado, 25 de mayo de 2013

LA MADRE DE DIOS EN EL CENTRO DE LA IGLESIA PEREGRINA (última entrega)


28. Como afirma el Concilio: « María ... habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación ... mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio, y hacia el amor del Padre ». Por lo tanto, en cierto modo la fe de María, sobre la base del testimonio apostólico de la Iglesia, se convierte sin cesar en la fe del pueblo de Dios en camino: de las personas y comunidades, de los ambientes y asambleas, y finalmente de los diversos grupos existentes en la Iglesia. Es una fe que se transmite al mismo tiempo mediante el conocimiento y el corazón. Se adquiere o se vuelve a adquirir constantemente mediante la oración. Por tanto « también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo,concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles ».

Ahora, cuando en esta peregrinación de la fe nos acercamos al final del segundo Milenio cristiano, la Iglesia, mediante el magisterio del Concilio Vaticano II, llama la atención sobre lo que ve en sí misma. como un « único Pueblo de Dios ... radicado en todas las naciones de la tierra », y sobre la verdad según la cual todos los fieles, aunque a esparcidos por el haz de la tierra comunican en el Espíritu Santo con los demás », de suerte que se puede decir que en esta unión se realiza constantemente el misterio de Pentecostés. Al mismo tiempo, los apóstoles y los discípulos del Señor, en todas las naciones de la tierra « perseveran en la oración en compañía de María, la madre de Jesús » (cf. Hch 1, 14). Constituyendo a través de las generaciones « el signo del Reino » que no es de este mundo, ellos son asimismo conscientes de que en medio de este mundotienen que reunirse con aquel Rey, al que han sido dados en herencia los pueblos (Sal 2, 8), al que el Padre ha dado « el trono de David su padre », por lo cual « reina sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin ».

En este tiempo de vela María, por medio de la misma fe que la hizo bienaventurada especialmente desde el momento de la anunciación, está presente en la misión y en la obra de la Iglesia que introduce en el mundo el Reino de su Hijo. Esta presencia de María encuentra múltiples medios de expresión en nuestros días al igual que a lo largo de la historia de la Iglesia. Posee también un amplio radio de acción; por medio de la fe y la piedad de los fieles, por medio de las tradiciones de las familias cristianas o « iglesias domésticas », de las comunidades parroquiales y misioneras, de los institutos religiosos, de las diócesis, por medio de la fuerza atractiva e irradiadora de los grandes santuarios, en los que no sólo los individuos o grupos locales, sino a veces naciones enteras y continentes, buscan el encuentro con la Madre del Señor, con la que es bienaventurada porque ha creído; es la primera entre los creyentes y por esto se ha convertido en Madre del Emmanuel. Este es el mensaje de la tierra de Palestina, patria espiritual de todos los cristianos, al ser patria del Salvador del mundo y de su Madre. Este es el mensaje de tantos templos que en Roma y en el mundo entero la fe cristiana ha levantado a lo largo de los siglos. Este es el mensaje de los centros como Guadalupe, Lourdes, Fátima y de los otros diseminados en las distintas naciones, entre los que no puedo dejar de citar el de mi tierra natal Jasna Gora. Tal vez se podría hablar de una específica a « geografía » de la fe y de la piedad mariana, que abarca todos estos lugares de especial peregrinación del Pueblo de Dios, el cual busca el encuentro con la Madre de Dios para hallar, en el ámbito de la materna presencia de « la que ha creído », la consolidación de la propia fe. En efecto, en la fe de María, ya en la anunciación y definitivamente junto a la Cruz, se ha vuelto a abrir por parte del hombre aquel espacio interior en el cual el eterno Padre puede colmarnos « con toda clase de bendiciones espirituales »: el espacio « de la nueva y eterna Alianza ». Este espacio subsiste en la Iglesia, que es en Cristo como « un sacramento ... de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano ».

En la fe, que María profesó en la Anunciación como « esclava del Señor » y en la que sin cesar « precede » al « Pueblo de Dios » en camino por toda la tierra, la Iglesia « tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera ... bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu ».

sábado, 18 de mayo de 2013

LA MADRE DE DIOS EN EL CENTRO DE LA IGLESIA PEREGRINA (3)


27. Ya en los albores de la Iglesia, al comienzo del largo camino por medio de la fe que comenzaba con Pentecostés en Jerusalén, María estaba con todos los que constituían el germen del « nuevo Israel ». Estaba presente en medio de ellos como un testigo excepcional del misterio de Cristo. Y la Iglesia perseveraba constante en la oración junto a ella y, al mismo tiempo, « la contemplaba a la luz del Verbo hecho hombre ». Así sería siempre. En efecto, cuando la Iglesia « entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación », piensa en la Madre de Cristo con profunda veneración y piedad. María pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y pertenece además al misterio de la Iglesia desde el comienzo, desde el día de su nacimiento. En la base de lo que la Iglesia es desde el comienzo, de lo que debe ser constantemente, a través de las generaciones, en medio de todas las naciones de la tierra, se encuentra la que « ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor » (Lc 1, 45). Precisamente esta fe de María, que señala el comienzo de la nueva y eterna Alianza de Dios con la humanidad en Jesucristo, esta heroica fe suya« precede » el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios.

Todos aquellos que, a lo largo de las generaciones, aceptando el testimonio apostólico de la Iglesia participan de aquella misteriosa herencia, en cierto sentido, participan de la fe de María.
Las palabras de Isabel « feliz la que ha creído » siguen acompañando a María incluso en Pentecostés, la siguen a través de las generaciones, allí donde se extiende, por medio del testimonio apostólico y del servicio de la Iglesia, el conocimiento del misterio salvífico de Cristo. De este modo se cumple la profecía del Magníficat: « Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo » (Lc 1, 48-49). En efecto, al conocimiento del misterio de Cristo sigue la bendición de su Madre bajo forma de especial veneración para la Theotókos. Pero en esa veneración está incluida siempre la bendición de su fe. Porque la Virgen de Nazaret ha llegado a ser bienaventurada por medio de esta fe, de acuerdo con las palabras de Isabel. Los que a través de los siglos, de entre los diversos pueblos y naciones de la tierra, acogen con fe el misterio de Cristo, Verbo encarnado y Redentor del mundo, no sólo se dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su Madre, sino que buscan en su fe el sostén para la propia fe. Y precisamente esta participación viva de la fe de María decide su presencia especial en la peregrinación de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios en la tierra.

sábado, 11 de mayo de 2013

LA MADRE DE DIOS EN EL CENTRO DE LA IGLESIA PEREGRINA (2)


26. La Iglesia, edificada por Cristo sobre los apóstoles, se hace plenamente consciente de estas grandes obras de Dios el día de Pentecostés, cuando los reunidos en el cenáculo « quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse » (Hch 2, 4)Desde aquel momento inicia también aquel camino de fe, la peregrinación de la Iglesia a través de la historia de los hombres y de los pueblos. Se sabe que al comienzo de este camino está presente María, que vemos en medio de los apóstoles en el cenáculo « implorando con sus ruegos el don del Espíritu ».
Su camino de fe es, en cierto modo, más largo. El Espíritu Santo ya ha descendido a ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la anunciación, acogiendo al Verbo de Dios verdadero, prestando « el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El », más aún abandonándose plenamente en Dios por medio de « la obediencia de la fe », por la que respondió al ángel: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra ». El camino de fe de María, a la que vemos orando en el cenáculo, es por lo tanto « más largo » que el de los demás reunidos allí: María les « precede », « marcha delante de » ellos. El momento de Pentecostés en Jerusalén ha sido preparado, además de la Cruz, por el momento de la Anunciación en Nazaret. En el cenáculo el itinerario de María se encuentra con el camino de la fe de la Iglesia ¿De qué manera?


Entre los que en el cenáculo eran asiduos en la oración, preparándose para ir « por todo el mundo » después de haber recibido el Espíritu Santo, algunos habían sido llamados por Jesús sucesivamente desde el inicio de su misión en Israel. Once de ellos habían sido constituidos apóstoles, y a ellos Jesús había transmitido la misión que él mismo había recibido del Padre: « Como el Padre me envió, también yo os envío » (Jn 20, 21), había dicho a los apóstoles después de la resurrección. Y cuarenta días más tarde, antes de volver al Padre, había añadido: cuando « el Espíritu Santo vendrá sobre vosotros ... seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra » (cf.Hch 1, 8). Esta misión de los apóstoles comienza en el momento de su salida del cenáculo de Jerusalén. La Iglesia nace y crece entonces por medio del testimonio que Pedro y los demás apóstoles dan de Cristo crucificado y resucitado (cf. Hch 2, 31-34; 3, 15-18; 4, 10-12; 5, 30-32).
María no ha recibido directamente esta misión apostólica. No se encontraba entre los que Jesús envió « por todo el mundo para enseñar a todas las gentes » (cf. Mt 28, 19), cuando les confirió esta misión. Estaba, en cambio, en el cenáculo, donde los apóstoles se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu de la Verdad: estaba con ellos. En medio de ellos María « perseveraba en la oración » como « madre de Jesús » (Hch 1, 13-14), o sea de Cristo crucificado y resucitado. Y aquel primer núcleo de quienes en la fe miraban « a Jesús como autor de la salvación », era consciente de que Jesús era el Hijo de María, y que ella era su madre, y como tal era, desde el momento de la concepción y del nacimiento, un testigo singular del misterio de Jesús, de aquel misterio que ante sus ojos se había manifestado y confirmado con la Cruz y la resurrección. La Iglesia, por tanto, desde el primer momento, « miró » a María, a través de Jesús, como « miró » a Jesús a través de María. Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón » (Lc 2, 19; cf. Lc 2, 51).

Pero en la Iglesia de entonces y de siempre María ha sido y es sobre todo la que es « feliz porque ha creído »: ha sido la primera en creer. Desde el momento de la anunciación y de la concepción, desde el momento del nacimiento en la cueva de Belén, María siguió paso tras paso a Jesús en su maternal peregrinación de fe. Lo siguió a través de los años de su vida oculta en Nazaret; lo siguió también en el período de la separación externa, cuando él comenzó a « hacer y enseñar » (cf. Hch1, 1 ) en Israel; lo siguió sobre todo en la experiencia trágica del Gólgota. Mientras María se encontraba con los apóstoles en el cenáculo de Jerusalén en los albores de la Iglesia, se confirmabasu fe, nacida de las palabras de la anunciación. El ángel le había dicho entonces: « Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande.. reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin » (Lc 1, 32-33). Los recientes acontecimientos del Calvario habían cubierto de tinieblas aquella promesa; y ni siquiera bajo la Cruz había disminuido la fe de María. Ella también, como Abraham, había sido la que « esperando contra toda esperanza, creyó » (Rom 4, 18). Y he aquí que, después de la resurrección, la esperanza había descubierto su verdadero rostro y la promesa había comenzado a transformarse en realidad. En efecto, Jesús, antes de volver al Padre, había dicho a los apóstoles: « Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes ... Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 19.20). Así había hablado el que, con su resurrección, se reveló como el triunfador de la muerte, como el señor del reino que « no tendrá fin », conforme al anuncio del ángel.

domingo, 5 de mayo de 2013

LA MADRE DE DIOS EN EL CENTRO DE LA IGLESIA PEREGRINA (1)

Aprovechando el mes de mayo, el mes de María, queremos ir de la mano del Magisterio de la Iglesia, y profundizar un poquito en Nuestra Madre, para que sea ella la que ilumine nuestra MISIÓN.
Encíclica Remptoris Mater, de Juan Pablo II. Capítulo II.
Esperamos que disfrutéis:





1. La Iglesia, Pueblo de Dios radicado en todas las naciones de la tierra
25. « La Iglesia, "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga (cf. 1 Co 11, 26) ». « Así como el pueblo de Israel según la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez Iglesia de Dios (cf. 2 Esd 13, 1; Núm 20, 4; Dt 23, 1 ss.), así el nuevo Israel... se llama Iglesia de Cristo (cf. Mt 16,18), porque El la adquirió con su sangre (cf. Hch 20, 28), la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social. La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno ».

El Concilio Vaticano II habla de la Iglesia en camino, estableciendo una analogía con el Israel de la Antigua Alianza en camino a través del desierto. El camino posee un carácter incluso exterior,visible en el tiempo y en el espacio, en el que se desarrolla históricamente. La Iglesia, en efecto, debe « extenderse por toda la tierra », y por esto « entra en la historia humana rebasando todos los límites de tiempo y de lugares ». Sin embargo, el carácter esencial de su camino es interior. Se trata de una peregrinación a través de la fe, por « la fuerza del Señor Resucitado », de una peregrinación en el Espíritu Santo, dado a la Iglesia como invisible Consolador (parákletos) (cf. Jn14, 26; 15, 26; 16, 7): « Caminando, pues, la Iglesia a través de los peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió ... y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso ».

Precisamente en este camino —peregrinación eclesial— a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas, María está presente, como la que es « feliz porque ha creído », como la que avanzaba « en la peregrinación de la fe », participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo. Añade el Concilio que « María ... habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe ». Entre todos los creyentes es como un « espejo », donde se reflejan del modo más profundo y claro « las maravillas de Dios » (Hch 2, 11).

domingo, 3 de marzo de 2013

"Todos los días se lo pido a Dios"


CARTA DE LORENZO DESDE TCHAD

Hoy es 24 de febrero de 2013 y ahora mismo son algo más de las cuatro de la tarde, eso significa que estamos en temporada seca y el termómetro sube por encima de los 40 grados todos los días… hace viento, pero es un viento seco y muy cálido que viene del desierto y el calor se hace a ratos insoportable….
En el Evangelio de hoy, esta mañana en misa, en la parroquia de “Notre Dame” hemos escuchado el pasaje del monte Tabor,… y lo que ahora mismo se me pasa por la cabeza es  poner un poco de aire acondicionado a esas “tiendas”, y así disfrutar un poco del fresquito… Bueno, ahora un poco más en serio, ya son 10  meses los que llevo aquí, en Tchad, en la Tandjilé, en Kelo, en Bayaka,… y después de reflexionar un poco el Evangelio de hoy, lo que me viene a la mente es que no siempre que uno está cerca del Señor se encuentra calentito (o más bien fresquito), sino todo lo contrario,…. El Señor siempre nos invita a movernos, a luchar, a denunciar, a tantas cosas, que vistas desde la mirada de la sociedad en que nos movemos, y sus modas, más bien podríamos decir, que es todo “incomodidad”. Cuando lo que más “apetece” es quedarse inmóvil, cómodo, y sin molestare demasiado, el Señor quiere que seamos dinámicos, inconformistas y “profetas” del Reino de Dios.
En cualquier ambiente uno puede ser profeta, y esto no siempre significa que debamos ser revolucionarios en el sentido de la palabra de la lucha física y rebelde. Ser Profeta también significa denunciar las injusticias y la mentira con nuestras obras, con nuestra coherencia, con nuestro modo de vivir.
Aquí, en Tchad, también se puede ser profeta, claro! Y en España, y en Albacete,…. En cualquier sitio, pero sólo se puede ser Profeta desde el convencimiento de la “Verdad”, desde el estar seguros y sentirse tranquilos en las manos del Padre, y sabiendo que Él es el que lo hace todo. Aunque siempre escuchemos el refrán de que “nadie es profeta en su tierra”, yo, a mi modo de entender, creo que en este caso el refrán no es totalmente cierto, y siempre, aunque sea en lo más pequeño podemos denunciar las injusticias que nos suceden a nuestro alrededor todos los días. No es necesario buscar grandes causas, de esas que salen todos los días en los telediarios, simplemente mirando a cada lado de donde estamos, seguro que hay un montón de oportunidades de mejorar las cosas, de denunciar lo injusto y hacer que la verdad salga a la luz.
Cuando uno piensa en el “África Negra”, es decir, en el áfrica subsahariana, siempre estamos tentados a pensar en países en los que los habitantes no son capaces de ver y analizar las cosas, gentes que no razonan según nuestra forma de pensar…. Pero ¿quién nos dice que somos nosotros los que llevamos la razón? Quizás el hecho del desarrollo tecnológico, el hecho de vivir en la sociedad dónde la calidad de vida ha llegado a lo más alto (siempre según estándares impuestos). Esto nos hace pensar que las otras sociedades, hablamos de los países pobres, subdesarrollados, no son capaces de querer alcanzar el objetivo que nosotros hemos alcanzado, ese objetivo que todos los días nos dicen por los medios de comunicación que es el “bienestar”. Quizás el problema sea que estas sociedades de las que hablamos, sociedades que no han conocido el desarrollo, sociedades que no conocen ni siquiera qué es desarrollarse, se conforman como están. A veces, para mí, en muchos casos, esto se me hace muy difícil de comprender, pero poco a poco me voy dando cuenta de que esta gente que me rodea todos los días sonríe, disfruta de la vida y de la naturaleza. Quizás de una manera que nosotros no llegamos a comprender y ni siquiera a conocer. Es muy difícil llegar a conocer el modo de pensar de toda esta gente, su modo de ver las cosas más sencillas de la vida, su modo de comprender los hechos, las alegrías, las penas… sobre todo por la tradición que a veces hace que se forme una especie de barrera que para nosotros los blancos, los extranjeros, es muy difícil de traspasar.
Ante esto, uno puede tener distintas reacciones. La primera y más sencilla es la de pensar que realmente no quieren mejorar ni cambiar, que desean seguir como están, pero la segunda, y yo creo que más evangélica, es la de “estar”, es la de trabajar por mejorar las cosas, de una manera sosegada y tranquila, sin  hacer aspavientos, y sobre todo sabiendo que a nuestro lado siempre está el Señor, para ayudarnos a liberar al “Prójimo”, a acompañarlo…
Cuando voy en el coche por los caminos de esta región, contemplo muchas veces cómo la gente es realmente feliz, aún teniendo muy poco. Quizás la clave está ahí, en el “tener”. La gente aquí, los chadianos, tienen muy poco, por lo que también tienen pocas preocupaciones. Pero hay una cosa que me llama mucho la atención, quizás sólo sea una causa física, pero los chadianos en sus quehaceres diarios tienen una forma de andar, de montar en moto, en bici, en general de estar, que denota mucha dignidad, como orgullo de lo que son. ¿Por qué no? Y lo que también me llama mucho la atención es la serenidad, la tranquilidad, con la que hacen todo. Al principio te desespera, sobre todo a los que venimos de la vida frenética del norte, del occidente, pero poco a poco uno se va acostumbrando y descubre que se pueden hacer las mismas cosas estando estresado y agobiado, que viviendo la vida a un ritmo diferente. Y quizás esto último a pesar de que parece sencillo es lo que más me cuesta vivir.
Pero la paciencia, que según dicen es la madre de la ciencia, estoy seguro que me ayudará a comprender, a seguir, a permanecer al lado de los otros… si, claro está, es esto lo que el Señor quiere de mí. Por el momento ya voy para casi un año al lado de esta gente, que no enfrente, que es distinto, pero a la vez más sencillo. Estar al lado es intentar ver las cosas desde sus ojos, y no desde los míos, sentir las cosas como las sienten ellos y no como estoy acostumbrado a sentirlas…. Vivir la vida como la viven ellos y no como la he vivido yo.
Qué fácil es sentirse aquí dueño y señor de la verdad, de la razón,… qué fácil es caer en la tentación de sentirse uno superior, sobre todo porque vienes de esos países que se llaman a sí mismos del “primer” mundo.  Pero qué difícil es ser humilde, ser sencillo, no buscar imponerse a los demás sino comprenderlos y aceptarlos… Todos los días se lo pido a Dios, que me haga cada día más humilde, y seguiré en el empeño hasta el día que ese pensamiento  que pasa tantas veces por mi cabeza  se desvanezca.
                Ya, simplemente por esto último merece la pena conocer este mundo, estas gentes, esta forma de vida, este áfrica negra!!!!

lunes, 21 de enero de 2013

...a los niños con motivo de la Infancia Misionera.


Carta de D. Ciriaco, Obispo de Albacete, a los niños con motivo de la Infancia Misionera.

Queridos amigos:
En vísperas de Navidad, ¿recordáis?, se lanzaba la Campaña de Sembradores de Estrellas, de la que son protagonistas los niños. Porque los niños están empeñados en poner luz donde hay oscuridad. Saben que Jesús ha dicho: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Jn.3,19-21).
Pero esta encantadora movida infantil no se detiene ni ante la cuesta de enero, pues el domingo, día 27, se celebra la Jornada de la Infancia Misionera. La misión, por ser cosa seria, no es sólo de los adultos; los niños son también “protagonistas y promotores, acreditados valedores del Espíritu que anima el envío misionero”.
Los niños misioneros han hecho posible la realidad de la Obra misional de la Infancia Misionera, iniciada hace 170 años por un obispo francés, impresionado de lo que contaban los misioneros que regresaban de Oriente sobre la dramática situación en que vivía la población y, especialmente, los niños. La Obra de la Infancia Misionera se propone sembrar en los niños la semilla de la inquietud misionera y la solidaridad con los niños que todavía no conocen a Jesús y que tienen tantas necesidades materiales. Han sido incontables los hospitales, orfanatos, centros de salud y escuelas que sean se han levantado con la generosidad de los niños misioneros.
En los últimos cinco, los niños españoles han vivido con la imaginación y con el corazón una preciosa aventura: recorrer de la mano de la Iglesia los cinco continentes para ir al encuentro de Jesús con los niños de allá. El itinerario ha tenido etapas fascinantes: “buscar a Jesús”, “encontrarle”, “seguirle”, “hablar de él”.
Ahora toca unirse a todos los niños de Europa para “acoger a los de otros continentes como lo hizo Jesús. Los niños que han tenido la gracia de encontrar a Jesús han vivido una experiencia admirable que les ha ensanchado el corazón hasta hacerles capaces de iniciar con otros niños relaciones de amistad, sea cual sea el color de su piel o su raza.
Es lo que expresa el cartel de la Jornada: cinco niños, encabezados por Jesús, se abrazan entre sí, abrazando así la esfera de la tierra. De Jesús brotan rayos que iluminan el mundo. Los niños, en corro, parecen bailar una danza de alegría: la alegría de saber que todos somos hermanos.
Con todos los niños de la Diócesis, quiero pedirle a Jesús, luz del mundo, que nos dé fuerzas a todos los diocesanos para amar cada vez más y mejor, que alargue nuestras manos para abrazar a todo el mundo, que abra bien nuestros ojos y nuestros oídos para percibir las necesidades y las voces de los millones de niños que nos gritan desde su pobreza, su dolor y su oscuridad. Que, en esta Jornada misionera, Jesús abra nuestro corazón a la generosidad.

Con mi afecto y bendición
+Ciriaco Benavente Mateos
Obispo de Albacete

domingo, 6 de enero de 2013

SIGAMOS A LOS MAGOS


SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA     

Levantémonos, siguiendo el ejemplo de los magos. Dejemos que el mundo se desconcierte; nosotros corramos hacia dónde está el niño. Que los reyes y los pueblos, que los crueles tiranos se esfuercen en barrarnos el camino, poco importa. No dejemos que se enfríe nuestro ardor. Venzamos todos los males que nos acechan. Si los magos no hubiesen visto al niño no habrían podido escaparse de las amenazas del rey Herodes. Antes de poder contemplarlo, llenos de gozo, tuvieron que vencer el miedo, los peligros, las turbaciones. Después de adorar al niño, la calma y la seguridad colmaron sus almas...

    ¡Dejad, pues, vosotros también, la ciudad sumida en el desorden, dejad al déspota comido por la crueldad, dejad las riquezas del mundo, y venid a Belén, la casa del pan espiritual! Si sois pastores, venid y veréis al niño en el establo. Si sois reyes y no venís, vuestra púrpura no os servirá de nada. Si sois magos, no importa, no es impedimento con tal que vengáis para presentar vuestra veneración y no para aplastar al Hijo del Hombre. Acercaos con espanto y alegría, dos sentimientos que no se excluyen...

    ¡Postrándonos, soltemos lo que retienen nuestras manos! Si tenemos oro, entreguémoslo sin demora, no rehuyamos darlo...Unos extranjeros emprendieron un tan largo viaje para contemplar a este niño recién nacido. ¿Qué excusa tenéis para vuestra conducta, vosotros, que os echáis atrás ante el corto camino de ir a visitar al enfermo a al prisionero? Ellos ofrecieron oro. Vosotros dais pan con harta tacañería. Ellos vieron la estrella y su corazón se llenó de alegría. Vosotros veis a Cristo en una tierra extranjera, desnudo ¿y no os conmueve?

San Juan Crisóstomo (c.345- 407), presbítero en Antioquia, obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia, Padre de la Iglesia Oriental
Homilías sobre San Mateo, VII,5