Ya en los principios
del apostolado, los Padres blancos se encargaron de la región de Uganda, como
parte del Vicariato del Nilo superior, el año 1878. Consiguieron entrar en la
región, y hasta obtener no pocos neófitos. Establecida una estación misional,
la de Santa María de Rubaga, acudieron a ella por centenares los negros, y hubo
momentos en que podía esperarse una rápida cristianización de toda aquella
región. El mismo rey, llamado Mtesa, al principio les favoreció, aunque luego,
por temor a que la nueva religión fuera obstáculo para el floreciente comercio
de esclavos que él mantenía, obligó a los misioneros a alejarse. Pero, muerto
el rey Mtesa, le sucedió su hijo Muanga, amigo de los cristianos, con lo que
volvieron a renacer las esperanzas. Aún más: con ocasión de una conjuración que
fue descubierta, el nuevo rey decidió rodearse de cristianos, y así gran parte
de su corte estuvo compuesta por jóvenes bautizados, con alguno de los cuales
había llegado el rey a establecer auténtica amistad. Pronto, sin embargo, aquel
panorama iba a verse enteramente turbado.
Se interpuso, de una
parte, la política. El primer ministro, que había tenido cierta intervención en
la conjura descubierta y no podía perdonar a los cristianos su lealtad, empezó
a tramar su destrucción. Acabó de exasperarle la noticia de que el rey pensaba
nombrar para su cargo a José Mkasa, un cristiano. Pero acaso sus maniobras
hubieran fracasado si no hubiese intervenido otra causa: la lujuria. Por
influjo de las costumbres mahometanas el rey, que hasta entonces había llevado
una vida pura, cayó en la lujuria en su forma más abyecta y opuesta a la
naturaleza. Y se encontró con que los jóvenes que formaban parte de su corte y
eran cristianos oponían una negativa rotunda a sus infames solicitaciones. Lo
que debiera haber servido en honor de la religión fue utilizado como pretexto
para la persecución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario