Fragmento de la homilía de SS Pablo VI en la misa de
canonización, el 18 de octubre de 1964, que se lee en el Oficio de Lecturas de
la memoria de los santos.
Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de
vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica,
verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África,
que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás
adecuada continuación. ¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las
emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de
los mártires de la «blanca multitud» de Útica, de quienes san Agustín y
Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio
trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecución de los vándalos,
hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos
espléndidos, en nuestros días? ¿Quién podía prever que, a las grandes figuras
históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad
y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos
de Carlos Luanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no
queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión
anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.
Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios
que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración
cristiana y civil. El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros
de la nueva era -y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan
grande fue su holocausto-, resurge libre y dueña de sí misma. La tragedia que
los devoró fue tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos
suficientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de
una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una
civilización primitiva -no desprovista de magníficos valores humanos, pero
contaminada y enferma, como esclava de sí misma- hacia una civilización abierta
a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida
social.
Oración:
Señor, Dios nuestro, tú haces que la sangre de los mártires
se convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu
Iglesia, fecundo por la sangre de san Carlos Luanga y de sus compañeros,
produzca continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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